Si hay algo que me llama mucho la atención de esta ciudad, y que no consiste precisamente en una particularidad “pintoresca”, es el grado de violencia con el que las personas viven cotidianamente.
El otro día fui testigo de una pelea entre desconocidos, por un motivo de lo más absurdo: un hombre, estacionando su moto cerca del cordón de la vereda, accidentalmente había pisado el pie de otro hombre que justo cruzaba dicho cordón. Todo lo cual hubiese ameritado unas disculpas del primer hombre, y la aceptación de ellas por parte del hombre damnificado (para nada gravemente, debo aclarar). Pero no. Se trenzaron en una discusión violenta y enseguida llevaron la discusión a las piñas, a la violencia física. Yo me quedé inmóvil, atónita, un tanto asustada, mientras otros hombres que pasaban por el lugar separaban a estos boxeadores callejeros. Luego seguí mi camino, no sé que habrá sucedido después, quizás estos dos hombres se hayan reconciliado y hasta hayan ido a un bar a tomar algo juntos para conocerse, no podría saberlo, pero tampoco puedo imaginarlo realmente.
Aquella vez fue un caso de violencia física, pero también se dan casos más leves, aunque igual de preocupantes. Por ejemplo: una mujer que se ofusca y empieza a los gritos porque el chofer del colectivo no alcanzó a oír el timbre de bajada y no paró donde la mujer deseaba; un hombre que acusa a una cajera de un supermercado de los denominados “mercados chinos” de darle un billete falso, al mismo tiempo que le da rienda suelta a su xenofobia y le grita “china sucia de mierda”; otro hombre, en el mismo supermercado, que al comprar una botella de vino y no recibir ticket, le discute a la cajera cosas tales como “vos me estás ‘abrochando’ con el IVA...”, y luego, en otra demostración de evidente xenofobia e ignorancia, se va del lugar gritando “ustedes son ‘re forros´…mucho Nintendo, Nintendo, pero son ‘re forros´. Y estos son solo algunos ejemplos de violencia cotidiana, de los tantos que me llaman la atención.
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Esta ciudad, definitivamente, es lugar de confluencia de diversos y variados gustos e ideas. La otra vez me dieron un volante (yo siempre voy aceptando esos papelitos, total no me cuesta nada guardarlos en el bolsillo y después tirarlos en mi casa, de alguna forma siento que les hago un pequeño favor a esas personas que tienen que estar paradas repartiendo volantes que encima casi nadie les acepta), que decía “Campaña 2008 ‘Queremos a los Backstreet Boys en Argentina´”. No pensé que podía ser cierto, me imaginaba más bien alguna broma al estilo de la revista Barcelona, o algo así. Pero realmente existen, lo comprobé entrando al sitio web que se indicaba en el volante. No sé por qué, pero me causó gracia y me sorprendí, ya que estoy acostumbrada a recibir volantes de otro tipo de campañas…
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Debe ser esa violencia cotidiana a la que hice mención antes, quizás, lo que me hace valorar aún más los pequeños gestos de respeto…Como por ejemplo, que la mujer que atiende la verdulería cerca de mi casa, cuando voy a comprar algo, siempre me pregunte cómo estoy, y me de consejos sobre salud cuando me ve que estoy resfriada. O que el chico que atiende otra verdulería cerca de mi casa me desee un buen día, todos los días que nos cruzamos en mi camino hacia la facultad. O que el hombre que atiende la heladería, también cerca de mi casa, haga chistes sobre mis aros en forma de botón, y me haga reír y me saque conversación sobre cualquier asunto. O cuando sin querer me choco con alguien dentro del subte, o en una vereda repleta de gente, y me sorprendo diciendo y escuchando al mismo tiempo de la otra persona, la palabra “perdón”, seguida de una sonrisa mutua. Son gestos de personas a las que ni conozco, pero igual logran sacarme una sonrisita cada día. Son pequeños gestos, pero necesarios dentro del loco ritmo de esta gran ciudad, al que realmente no quiero acostumbrarme…
Supongo que así es Capital Federal: cargada de extremos, de polaridades…De locuras de las buenas y divertidas, como las de un hombre que con su cabeza repleta de rastas suele andar por mi barrio escuchando música a todo volumen en un gran equipo (compartiendo con quienes pasan cerca suyo, no solo su música sino también ciertos aromas de cierta hierba), o locuras que angustian, como las de aquellas personas que van gesticulando y hablando solas, como peleándose consigo mismas o con fantasmas imaginarios dentro de sus cabezas (casi siempre son personas mayores, lo que me lleva a preguntarme: ¿será que eso es producto de vivir tantos años en esta ciudad? Creo que no quisiera correr el riesgo de quedarme para averiguarlo…) o locuras que amargan, como las de las personas que están siempre al borde de estallar, de violentarse, y se desquitan con cualquier otra persona que se les cruce, ya sea un joven vendedor de kiosco que no tiene vuelto para darles, o alguien que sin querer apenas las empujan…Por suerte, también, muchas veces soy testigo de las viejas locuras de amor: declaraciones de amor en lugares insólitos, pedidos de perdón en carteles enormes en las calles, escenas dignas de películas románticas (un joven que sale corriendo a buscar una chica que va lagrimeando, y al buscarla, se abrazan y se besan apasionadamente) a cualquier hora de cualquier día.
Quizás sea eso lo que más me gusta de esta gran ciudad, a pesar de que muchas veces su alocado ritmo me agobie: que lo cotidiano puede ser algo maravilloso, que todos los días puede ocurrir algo fuera de lo común, algo que me llame la atención. Solo espero que esas cosas que me llamen la atención, sean más de las buenas que de las malas.
Laura Battistella