miércoles, 11 de junio de 2008

Paisaje interno, paisaje externo



“Deja los túneles para los topos. Observa que hermosa es Buenos Aires.”Frase que leí en un colectivo. Me pareció muy divertida por el solo hecho de que indirectamente estaría llamando topos a aquellos que viajan en subte. Mi imaginación voló y me llevó a imaginar el subterráneo plagado de topos en vez de personas. Todos muy bien vestidos, llendo a trabajar, apurados, atados a la velocidad de las agujas del reloj. Seguí volando y me imaginé un mundo gobernados por topos, seguramente todas las casas serían de barro. La cuidad sucedería bajo tierra y en la superficie todo sería como una gran selva, en donde todo evolucione naturalmente, sin la intervención de nada ni de nadie. Es increíble todo lo que se me ocurrió solo por esa frase que tenia como único fin incitar a la gente a usar menos el subte y utilizar más los colectivos. Era sencillamente una publicidad. Pero eso bastó para que en unos segundos mi imaginación experimentara su máxima expresión, la cual me llevó a un mundo diferente al nuestro, a un mundo alternativo al nuestro. Esto me hizo pensar que tal vez esta misma sensación lleva a los artistas a pintar esos cuadros tan surrealistas, tal vez el más mínimo detalle los lleva a un mundo completamente diferente que los inspira para divagar de la forma en la que lo hacen en esa clase de pinturas. Saben de cuáles hablo, no? Son esas que a simple vista y frente al ojo del inexperto, son simples manchas que no tienen ningún sentido ni propósito. Sin lugar a dudas, hice esta comparación inconscientemente porque me estaba dirigiendo hacia la Boca, a ver una exposición de arte, de pintura para ser más específica. En verdad no sabía con que clase de arte me iba a encontrar pero este hecho me hizo pensar que, tal vez, sucesos como estos llevaría a la artista a hacer sus cuadros. Durante todo el viaje que me quedaba hasta caminito, seguí divagando sobre el tema. Para cuando volví a la realidad, los coloridos conventillos estaban saturando el paisaje. Así es que tuve que regresar al mundo y ponerme en marcha hacia el Duende Verde que era donde se encontraba la exposición a la que me dirigía. Estaba bastante apagada la Boca, había más gente de la zona que turistas o visitantes. Mientras caminaba no podía dejar de pensar en mi mundo de topos. Mi cuerpo seguía por las calles de caminito pero mi mente estaba en mi nuevo mundo imaginario. Tropezón. Si seguía en mi mundo definitivamente iba a darme un golpe bastante importante. Pero para mi suerte encontré por fin mi conventillo. No era muy grande y adentro se veían solo tres mujeres sentadas, pero fue suficiente para que me intimide al entrar. Tome valor y entré. Empecé el recorrido, que me llevaba de un cuadro tras otro. Colores vivos, bien definidos y grandes contrastes era lo que caracterizaban las pinturas. El estilo de los cuadros me atraía, sin duda alguna podrían estar colgados en mi cuarto. Pero lo que más me atrajo fue lo difuso de las pinturas. Muchas cosas no estaban claras y otras estaban mezcladas con el todo. Debido al reciente acontecimiento, me puse a tratar de ver si esos eran otros mundos que, tal vez, fueron creados por la artista. Al decir verdad, todo lo que observaba de los cuadros era si podría codificar mundos imaginarios, si podría descifrar qué quiso expresar en las pinturas. Me había puesto bastante paranoica con el tema, hay que admitir. Obviamente no encontré nada, es decir todo lo que hallé fueron interpretaciones mías de los dibujos, todo salía de lo mas interno de mi ser, y seguramente a todos los espectadores le habrán surgido cosas diferentes.
Seguí pensando sobre el tema, pero ya dirigiéndome de regreso a mi casa. Pero algo que si me quedó claro, fue que hoy descubrí tanto un paisaje externo, como un paisaje interno.


MENCONI MERCEDES


Cronica del BAFICI

CRONICA DEL BAFICI

“¿Y vos qué mirás putita?”, me sorprendí al encontrar esta frase en el lado de adentro de la puerta de un baño en un bar cerca de Constitución. Y yo sólo quería arreglarme un poco antes de ir al Abasto, pero esa frase se me impuso ante mis ojos y no pude dejar de leerla. Quién podría no detenerse frente a esa agresión, supongo que nadie. Me encontré entre atacada y sorprendida, pero después me reí. No tenía tiempo para profundizar mucho más, es que en una hora comenzaba un documental sobre la pobreza en el Bafici y no quería llegar tarde. Con una sonrisa un poco cómplice, cerré la puerta y me fui. Así comenzó mi aventura de ir al Festival de Cine Independiente más importante de la Cuidad de Buenos Aires, justamente con una pregunta tan sencilla como qué mirás.
Ya no llovía, pero en el subte todavía reinaba ese molesto olor a humedad que suele aparecer cuando la lluvia empapa a los transeúntes. No estaba lleno, pero no había lugar para sentarme. Entonces, parada intenté leer qué otras películas recomendaba el diario para ver hoy. Nada me pareció muy interesante, en verdad, de algunas ni el título entendí, pero seguro entraría a otra sala.
Faltando dos paradas para la del Abasto, subió un grupo de chicos (la mayoría con anteojos con marcos cuadrados y con piercings en las cejas) con unas revistas celestes que decían BAFICI 2008. Me imaginé que serían estudiantes de cine y no me equivoqué. El más alto, aunque eran todos medios bajitos, dice: -Che qué pesado este viejo que quiere que vengamos a ver ese documental sobre el hambre. Sí, eran estudiantes e iban a ver lo mismo que yo. Así terminé de decidirme por esa película porque si todos querían entrar a esa función, entonces era buena. Equivocada manera de razonar, ¿No?
Parada Carlos Gardel. Se hace una densa fila de personas que caminan por el pasillo hasta el primer piso. Y de pronto, me acuerdo de la película “Buscando a Nemo”, en la parte en que el padre se mete en una corriente de agua del océano en las que están las tortugas para llegar más rápido a buscar a su hijo. Qué tenía que ver pensé, una simple comparación del momento.
Tercer piso, ahí entraría por fin al tan famoso y a esta altura, deseado BAFICI. Pero no todo sería tan sencillo. Una larga e interminable cola comenzaba en las boleterías. El problema: eran las ocho menos cuarto. Entonces, adiós idea de ver el documental. Aún así, e intentando tener una actitud positiva, tomé la guía de películas y la analicé detalladamente. Resultado: ahora entraría a ver un corto de origen oriental (clarín lo consideró bastante bueno). Mientras, la fila avanzaba pero a paso muy lento.
Con tiempo libre, y sola, me digné a practicar ese deporte tan común, chusmear. Muchas chicas jóvenes con unos jopos ochentosos, pantalones chapines y all Star. Ellos también, pelos simulando estar despeinados, iguales jeans y zapatillas. Poca gente grande, sólo una mujer que estaba detrás de mí y que me contó que era directora de cine. Quizás porque ya había ido a otras ediciones del festival, no paraba de quejarse del desorden de la organización. “Esto con Telerman nunca pasó, es culpa de Macri. Se piensa que somos hinchas de Boca que vamos a hacer horas de colas por una entrada”, decía con cara de fastidio.
Ocho y veinte, una empleada de Hoyts avisa que no se iba a atender a nadie más, por la cantidad de gente que había. Todos comenzamos a protestar porque en la entrada había un cartel que decía: abierto de 11 a 23 horas y la recepción de público en la fila es hasta las 21 horas sin excepción. Pero los empleados argumentaban que se vieron desbordado por la demanda de tickets para este día. Ya resignada, entendí que lo único que podía hacer era irme y volver otro día, pero más temprano.
Salí del shopping, caminé dos cuadras hasta la parada del 124 y otra vez, volví a esperar en una fila. Mientras busqué en la guía del Bafici qué otro día daban en documental de la pobreza. En eso, giré la cabeza y vi a una nena de no más de cinco años comienzo de una bolsa de basura. Tiré el catálogo a la calle, entendí que la película la tenía enfrente de mi cara, y que solo se trataba de verla y no en una sala de cine.
En eso y no se muy bien por qué, me acuerdo de la frase de aquel baño de Constitución: Qué mirás. Con sonrisa incómoda me respondí: Nada. Ni una película del Bafici, ni la realidad de cada día.


FLORIO NATALIA