miércoles, 11 de junio de 2008

Cronica del BAFICI

CRONICA DEL BAFICI

“¿Y vos qué mirás putita?”, me sorprendí al encontrar esta frase en el lado de adentro de la puerta de un baño en un bar cerca de Constitución. Y yo sólo quería arreglarme un poco antes de ir al Abasto, pero esa frase se me impuso ante mis ojos y no pude dejar de leerla. Quién podría no detenerse frente a esa agresión, supongo que nadie. Me encontré entre atacada y sorprendida, pero después me reí. No tenía tiempo para profundizar mucho más, es que en una hora comenzaba un documental sobre la pobreza en el Bafici y no quería llegar tarde. Con una sonrisa un poco cómplice, cerré la puerta y me fui. Así comenzó mi aventura de ir al Festival de Cine Independiente más importante de la Cuidad de Buenos Aires, justamente con una pregunta tan sencilla como qué mirás.
Ya no llovía, pero en el subte todavía reinaba ese molesto olor a humedad que suele aparecer cuando la lluvia empapa a los transeúntes. No estaba lleno, pero no había lugar para sentarme. Entonces, parada intenté leer qué otras películas recomendaba el diario para ver hoy. Nada me pareció muy interesante, en verdad, de algunas ni el título entendí, pero seguro entraría a otra sala.
Faltando dos paradas para la del Abasto, subió un grupo de chicos (la mayoría con anteojos con marcos cuadrados y con piercings en las cejas) con unas revistas celestes que decían BAFICI 2008. Me imaginé que serían estudiantes de cine y no me equivoqué. El más alto, aunque eran todos medios bajitos, dice: -Che qué pesado este viejo que quiere que vengamos a ver ese documental sobre el hambre. Sí, eran estudiantes e iban a ver lo mismo que yo. Así terminé de decidirme por esa película porque si todos querían entrar a esa función, entonces era buena. Equivocada manera de razonar, ¿No?
Parada Carlos Gardel. Se hace una densa fila de personas que caminan por el pasillo hasta el primer piso. Y de pronto, me acuerdo de la película “Buscando a Nemo”, en la parte en que el padre se mete en una corriente de agua del océano en las que están las tortugas para llegar más rápido a buscar a su hijo. Qué tenía que ver pensé, una simple comparación del momento.
Tercer piso, ahí entraría por fin al tan famoso y a esta altura, deseado BAFICI. Pero no todo sería tan sencillo. Una larga e interminable cola comenzaba en las boleterías. El problema: eran las ocho menos cuarto. Entonces, adiós idea de ver el documental. Aún así, e intentando tener una actitud positiva, tomé la guía de películas y la analicé detalladamente. Resultado: ahora entraría a ver un corto de origen oriental (clarín lo consideró bastante bueno). Mientras, la fila avanzaba pero a paso muy lento.
Con tiempo libre, y sola, me digné a practicar ese deporte tan común, chusmear. Muchas chicas jóvenes con unos jopos ochentosos, pantalones chapines y all Star. Ellos también, pelos simulando estar despeinados, iguales jeans y zapatillas. Poca gente grande, sólo una mujer que estaba detrás de mí y que me contó que era directora de cine. Quizás porque ya había ido a otras ediciones del festival, no paraba de quejarse del desorden de la organización. “Esto con Telerman nunca pasó, es culpa de Macri. Se piensa que somos hinchas de Boca que vamos a hacer horas de colas por una entrada”, decía con cara de fastidio.
Ocho y veinte, una empleada de Hoyts avisa que no se iba a atender a nadie más, por la cantidad de gente que había. Todos comenzamos a protestar porque en la entrada había un cartel que decía: abierto de 11 a 23 horas y la recepción de público en la fila es hasta las 21 horas sin excepción. Pero los empleados argumentaban que se vieron desbordado por la demanda de tickets para este día. Ya resignada, entendí que lo único que podía hacer era irme y volver otro día, pero más temprano.
Salí del shopping, caminé dos cuadras hasta la parada del 124 y otra vez, volví a esperar en una fila. Mientras busqué en la guía del Bafici qué otro día daban en documental de la pobreza. En eso, giré la cabeza y vi a una nena de no más de cinco años comienzo de una bolsa de basura. Tiré el catálogo a la calle, entendí que la película la tenía enfrente de mi cara, y que solo se trataba de verla y no en una sala de cine.
En eso y no se muy bien por qué, me acuerdo de la frase de aquel baño de Constitución: Qué mirás. Con sonrisa incómoda me respondí: Nada. Ni una película del Bafici, ni la realidad de cada día.


FLORIO NATALIA

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